Mindo, gran destino para los deportes extremos


El día agoniza. La neblina de finales de enero –como bloques de algodón– se acomoda sobre el verdor del bosque. El río Solaya, que corre a escasos metros de nuestro refugio, se desliza soberbio como negándose a ocultar sus aguas; sin embargo, sutilmente, la neblina gana y cobija todo el paisaje.

Al amanecer, los cormoranes, martines, garzas y águilas pescadoras se aprestan a desayunar. Sobrevuelan elegantes. Abajo, en las aguas quietas y claras de laguna, los peces nadan inquietos. El concierto de las especies diurnas había empezado hace una hora, justo cuando las nocturnas se preparaban para dormir.

La neblina acompaña el verde paisaje en Pakakurina Mindala (El Refugio Escondido). Foto: Alfredo Cárdenas.

Afortunadamente, Pakakurina Mindala, también conocido como El Refugio Escondido, conserva la naturaleza casi intacta y no es difícil encontrar sus madrigueras o un buen sitio para descansar.

Su propietario, Roger Goetschel, construyó este complejo turístico de naturaleza hace 15 años, sin talar ni alterar el hábitat de los animales. La madera la proporcionó el río. En invierno, sus aguas arrastraban árboles desde la parte alta y los depositaban en un recodo, frente al Refugio. Goetschel aprovechó la madera de esos y otros árboles que halló muertos en el bosque.

Roger Goetschel construyó El Refugio Escondido hace 15 años, sin talar ni alterar el hábitat de los animales. Foto: Alfredo Cárdenas.

En El Refugio Escondido se pueden avistar tucanes, búhos, gallo de la peña y aves pescadoras. Mientras se camina por los senderos o se monta a caballo se aprecian helechos, bromelias, orquídeas, cedros, arrayanes, motilones, copales y en medio de esta prodigiosa vegetación se mueven las dantas, guatusas, armadillos, pumas, monos, cuchuchos, sapos, mariposas. En la laguna, que está contigua al río, se puede pasear en bote. También hay deportes de aventura: canopy, rapel y el chapuzón volador, una actividad emocionante.

Para Goetschel, la conservación del bosque es imperativo para que no se extingan tantas especies. “Hay que conservar para el futuro, para nuestros hijos”, dice convencido de su tarea.

Su propuesta es el turismo responsable, conservando el bosque nublado primario y respetando la vida de sus habitantes: animales y plantas.

Él se encarga de todo. Verifica que el camino y los senderos no tengan obstáculos, inspecciona las cabañas-mirador, limpia la laguna, abastece de alimentos al Refugio. Es un gran cocinero. Personalmente atiende a los clientes. Los alimentos son orgánicos y se producen ahí mismo: plátano, yuca, caña, tomate, cebolla, limón, naranja, ají, cilantro, orégano, perejil. También hay pescado. La carne lleva de Mindo.

El costo de dos días y una noche, por persona, es de 80 dólares. Incluye: hospedaje, alimentación y aventuras.

Llegamos al pueblo

A siete kilómetros de El Refugio Escondido está Mindo, cuya población supera las 5000 personas. Es la primera parroquia de la provincia de Pichincha, declarada por el presidente de la República, Gabriel García Moreno, en 1861. Está a 98 kilómetros de Quito y a 25, en línea recta, del cráter del volcán Guagua Pichincha.

Actualmente, desde Quito, existe la ecorruta El paseo del Quinde, siguiendo la vía Nono-Tandayapa-Mindo, muy apreciada por sus paisajes e infinidad de aves.

Gracias a los diferentes microclimas y la influencia de la cordillera del Chocó, cuenta con variedad de reptiles, anfibios, insectos, mamíferos, 500 especies de aves y 400 tipos de orquídeas. Se ubica a 1224 msnm. Su temperatura es de 18 a 24 grados.

A partir de la creación del bosque protector Mindo-Nambillo, con una extensión de 19 537 hectáreas, en abril de 1988, Mindo abandona las actividades de tala de madera y caza, y comienza a potenciar el turismo.

Revoloteo de mariposas

Uno de los primeros atractivos que nació se llama Mariposas de Mindo. Fue el primer mariposario, dice la administradora, Fernanda Gómez De la Torre. Nosotros vinimos hace 22 años, cuando Mindo era un pueblo fantasma. El único restaurante que había era El Bijao, no había más. Era un pueblo ganadero y después de la erupción del Guagua Pichincha (1999) sacaron todo el ganado y empezó el turismo, justamente con mariposas, cuenta.

“Empezó como un proyecto para exportar mariposas. Enviábamos en pupas y para evitar el pago, los compradores nos decían que muchas morían en el tránsito. Mis padres decidieron cerrar ese negocio y abrir al público”.

Actualmente, llegan hasta 4000 visitantes al año. Los adultos pagan 7,5 dólares, niños de 4 a 11 años, 4. El sitio está abierto todos los días de 09:00 a 16:00, aunque las mejores horas de visita son de 10:00 a 12:00, cuando hay más sol y calor.

Los niños franceses, Laé Sousa, de 8 años y su hermano, Tao, de 4, corretean en medio de muchas mariposas con algunas de ellas en sus manos. Ellos aprendieron que a ellas les gusta el dulce de plátano.

Antes de ingresar al mariposario, que es un bello jardín, hay una charla de 5 minutos. Ahí, les dicen que no usen repelente, salvo que sea natural, que no arranquen flores, que se pueden untar plátano en los dedos para que las mariposas se suban, porque les gusta el dulce, pero, sin tocarles las alas porque son frágiles.

“Soy francés, estoy aquí para disfrutar de las mariposas. No pensé que había tantas. Podemos tocar, podemos dar de comer, es muy bonito”, dice Olivier Sousa, de 40 años. Él, su esposa y sus dos hijos, visitan Ecuador por seis meses.

En el criadero hay unas dos mil mariposas de 18 variedades. En promedio, se registran 30 nacimientos al día, 10 van al ambiente y 20 se quedan en el jardín. Actualmente se reproducen tres familias: Cáligos, Morphos y Heliconius, que, a su vez, se subdividen en diferentes especies.

Las mariposas duran hasta un mes en cautiverio, algunas especies se demoran hasta seis meses en ser mariposas. La mayoría del tiempo, pasan como orugas.

En el río… por los aires

El río Mindo corre frente al mariposario. Ahí, en un recodo, inicia la aventura del tubing, un deporte de aventura que usa siete boyas amarradas entre sí y puede llevar hasta siete personas.

José Jumbo y sus colaboradores bajan las boyas desde una camioneta y con ellos, los turistas caminan hacia el río y se acomodan sobre las boyas. El recorrido es de tres kilómetros. En los rápidos del río, los turistas se aferran a las cuerdas de las boyas y gritan de emoción, algunos de miedo. Al final, todos se muestran felices. Cuesta 6 dólares por persona, incluye: chaleco y casco de seguridad.

La aventura sigue. A 15 minutos, en medio de un bosque de guayabas, se visualizan las instalaciones de Mindo Canopy Adventure, un deporte que sirve para deslizarse sobre las copas de los árboles. Empezó en 2006 con un circuito de 2 líneas y una extensión de 1200 metros, ahora existen 10 líneas y 3500 metros, y un columpio extremo similar a un péndulo de 40 metros de largo y 25 de alto.

El aroma de guayaba y café recién tostado se esparce en la construcción mixta de madera y concreto. Al lado, hay un pequeño rancho de bambú donde se vende agua, colas. Más abajo, está el rancho del café, donde se tuesta y se hace el tour del café.

Desde 2013 se mantiene la tarifa de 14 dólares por el tour completo, con una duración de una hora. Incluye: guías, equipos y el columpio extremo. El tour más corto cuesta 8 dólares y dura 25 minutos. Recibimos alrededor de 12 000 personas al año, dice Manuel Sibaja, dueño del canopy.

“Esto es para toda la familia. Mindo es un lugar precioso, tiene actividades para todas las edades. En el caso de los deportes de aventura, recibimos niños desde 6 años –cumpliendo con el reglamento del Ministerio de Turismo– hasta la edad que la salud se lo permita. Hemos tenido personas sanas, de 85 años, que se han hecho sin problema. Lo ideal es no tener problemas cardiacos, hipertensión, asma, porque sí requiere un poco de esfuerzo: las caminatas entre puntos y subirse y bajarse del cable”, explica Sibaja.

Vengan a visitar Mindo, disfruten de la naturaleza, de los ríos, del aire puro, pero, si traen basura, llévensela o deposítenla en un lugar adecuado, agrega.

Seguimos en las alturas

El atractivo Mundo Tarabita y Santuario de Cascadas es otra opción para los turistas que prefieren caminar por senderos. La vía a las cascadas mide 5 kilómetros, que se cubren en 15 minutos en auto hasta la tarabita. Ahí, los turistas abordan una canasta metálica suspendida por cables de acero y recorren 530 metros entre dos montañas.

Una vez en el otro lado, con un mapa, los turistas reciben una ligera orientación sobre los senderos, ubicación y tiempo para recorrer las siete cascadas.

En 15 minutos se llega a la cascada de Nambillo. Por el otro extremo, están cinco seguidas: Ondinas, Guarumos, Colibríes, Madre y Los Maderos. Después de caminar 50 minutos se llega a la Cascada Reina, la más lejana. Todo el recorrido toma 4 horas.

“Atendemos a unas 50 personas diarias, fuera de los grupos de estudiantes de colegios y universidades que vienen a hacer estudios o salidas pedagógicas porque ofrecemos abundante flora y fauna como reserva geobotánica”, dice su propietario, Andrés Benavides. En feriados, bordean las 150 personas diarias, afirma.

El costo, incluido tarabita, senderos y cascadas, es de 5 dólares. Niños de 6 a 12 años y personas de la tercera edad, pagan 3. El horario es de 08:30 a 17:30.

En Mindo hay unas 20 operadoras de turismo que ofertan cabalgatas, caminatas, teleférico, ciclismo, avistamiento de aves, orquidiarios, mariposarios, deportes de aventura, gastronomía y el Tour del chocolate en El Quetzal y Yumbos chocolate.

Fuente: eluniverso.com


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